Los especialistas en historia de la Antigüedad, tras repasar las biografías de Arquímedes, Ctesibios y Herón, concluyen que de haber sobrevivido a la quema más textos técnicos, nuestra civilización hubiese alcanzado con asombroso adelanto el alto grado industrial que nos exonera del trabajo ímprobo y nos dispensa ocio para las aficiones culturales.
En 1973, reprodujo la proeza de Arquímedes por la cual quemó la flota romana, el ingeniero Ioannis Sakas, logrando que cada uno de setenta marineros sostuviera, a modo de escudo, un espejo a 55 m de un barco de 2’3 m, anclado y embreado, un día sin viento. Tito Livio aludió, al describir el sitio de Siracusa, a múltiples ingenios defensivos inventados por el griego.
Por tradición árabe se sabe que hubo en el Faro de Alejandría un espejo telescópico, citado incluso por Benjamín de Tudela. Y es de nuestra cosecha que en los cuatro jinetes del Apocalipsis se resume la astronomía de esta obra del paganismo refundido: el primero, Anciano coronado de la hora 24 con “arco”, señala el ecuatorial desde el punto de Aries hacia el Este; el segundo es Orión, por cuyo brazo derecho pasaba el Ecuador celeste (hasta cruzar el caballo alado, Pegaso, y Piscis); el tercero, portador de la Balanza o Libra, que el Sol, tras ese equinoccio, inclina al invierno; y el cuarto, la Muerte… del cordero zodiacal en favor de los peces (precesión); por eso un río brotará del trono. En un telescopio de montura ecuatorial, los veinticuatro “ancianos” figuran en el círculo graduado de justo el eje que apunta al polo celeste.
Los renacentistas herméticos creyeron sus secretos provenientes del Egipto faraónico de Moisés. Sin el urim ni el thummin, guardados por el sacerdote en el essen, con los que “el dedo de Dios” escribía las tablas de la Ley, no hubiera podido hablar una luz de espectro solar al legislador de los hebreos. Los templarios fueron perseguidos hasta su aniquilación porque se iniciaron en los Misterios egipcios, en cuyo último grado se utilizó el arca de la Alianza. Una pista de lo que ésta contuvo la da el caput mortuum, residuo que queda al destilar un ácido mineral.
Al divinizado médico Asclepios (Esculapio) lo fulminó Zeus por atreverse a reanimar a los muertos. Una tradición achaca el tránsito de Zaratustra a suicidio por medio del rayo, evitando así su rendición. Ciertos guías de “la nave de S. Pedro” fueron acopiando para su archivo en el Vaticano los libros de hechicería por ellos prohibidos. El monje Cipriano de Valera, quien fuera del foco protestante sevillano y fugitivo de la Inquisición en Ginebra, explicó en sus Dos tratados del Papa y de la misa cómo Gregorio VII, más conocido por Hildebrando (1020-1085) “sacaba rayos de las mangas de su hábito” por su noviciado y ejercicio de las ciencias ocultas. Enrique IV le notificó, entre otras cosas, que lo deponía por “hereje, mago…”
(c) Leto Martín Pérez